Pastel de cumpleaños.
20 de octubre del 2015
Cada año que pasa y se llega nuestra fecha de cumpleaños nos disponemos a celebrar y disfrutar de cumplir un año más de vida… En lo personal, los cumpleaños me pegan de una manera diferente. Hoy sentía mi cumpleaños como una angustia, no quería que se llegara la fecha ya que además de ser mi cumpleaños, era un cambio para mí, así lo sentía yo… Cumplir veinte años era un brinco que tal vez mentalmente ya había dado pero no estaba preparado para celebrarlo oficialmente.
Busqué elementos, recuerdos, tenía que encontrar alguna herramienta que pudiera animarme a festejar el día de mi cumpleaños y me topé analizando un símbolo muy especial: El pastel de cumpleaños. Nunca me había puesto a pensar lo curiosos que pueden ser los pasteles de cumpleaños… Si hacemos lluvia de ideas de lo que gira alrededor de este postre, surgen líneas como “Es muy dulce”, “Es puro chantilly”, “No me gusta el betún”, “Yo solo quiero el pan”, “¿Es del que mancha la lengua?”, “¡Yo sólo compro el de quequitos!”…. Total, a nadie le gusta tanto el pastel de cumpleaños ¿o qué? En fin, hay muchísimos comentarios respecto a los pasteles de cumpleaños y sí, tal vez han sido reemplazados por los pasteles de los sabores favoritos como chocolate, vainilla, nieve o alguno con preparación especial, pero la generalización en mi mente partía de esos pasteles que llevan tu nombre, tal vez tu personaje favorito, con crema de merengue y mil colores, con las velitas a las que les soplabas pidiendo un deseo… Ese pastel que es ambientado de manera que se convierte en una característica de esa fecha en específico y que representa el año que estas cumpliendo ya que año tras año se va transformando.
Investigando, me encontré con que los pasteles de cumpleaños vienen de la antigua Grecia donde sobre los altares del templo de Artemis se colocaban tortas redondas como la luna, hechas con miel y adornadas con sirios encendidos. Se creía que las velas estaban dotadas de magia para conceder deseos y adquirían un significado místico por el tiempo que permanecieran encendidas. Me gustó esta historia que tal vez podría ser falsa pero al menos hacía sentido lo de las velas pero, ¿Qué onda con el pastel?
Siendo franco, a mí nunca me gustó el típico pastel de merengue de los cumpleaños, yo creo que siempre fui el cadillo de mi familia porque nunca quería ese pastel. Me parecía muy dulce, muy grande, poco nutritivo y que de alguna manera era un postre que podrías reemplazar por otro de menor porción, que sabía mejor y que no te quedarás con él por una semana más (porque es típico de los pasteles de cumpleaños que nunca se acaban). Resaltando todo lo que no me gustaba de este pastel fue donde encontré el significado que tanto buscaba. Como decía al principio, el pastel de cumpleaños tal vez no es el postre favorito de nadie, su sabor no es tan agradable, a veces el pan es seco, el merengue es ácido y mancha la boca de colores… Por el lado culinario, los pasteles de cumpleaños podrían estar muy lejos de ser un buen pastel, sin embargo, fue entonces que me di cuenta de lo que se trata: se trata de compartir… Así me lo imaginé yo.
El pastel de cumpleaños lo puedes compartir con todos los que te felicitan, como una manera de agradecerles por acordarse de ti. Lo compartimos con quienes más queremos, como incluyéndolos en nuestros sueños y deseos para este nuevo año. Esta lleno de símbolos que te identifican y que son únicos de ti, evoca alegría y buenos sentimientos. ¡Ese es el punto! El pastel de cumpleaños es el pretexto perfecto para reunirnos a compartir la celebración de iniciar un nuevo año de vida, con nuevos deseos y aspiraciones… No es lujoso ni pretencioso, es todo lo contrario… Alcanza para todos, es dulce y comparte de alegría. Se trata de compartir nuestra vida con los que más queremos en una día tan especial. Feliz cumpleaños.
 
		    				        
 
								        
								        
								       